miércoles, 18 de junio de 2008

Use Well the Days

Como saben algunos mi abuelo falleció hace una semana, el miércoles pasado. Lo curioso del deceso de mi abuelo fue lo emotivo que se convirtió el velorio y la misa de cenizas.
Dejando las lágrimas, y el hueco en las tripas, pasaron muchas cosas muy agradables y muy emotivas en estos días:
La primera de todas fue el día en que murió. Cuatro de mís tíos (tres hijos de mi abuelo y la esposa de uno de ellos), habían salido hacía case un mes hacia Europa. Cuando mi abuelo tuvo el accidente, cuando se rompió el fémur, nos negamos a contarles lo que había pasado por miedo a que no disfrutaran el viaje. Llegaron el martes pasado a las 22:00, mi abuelo falleció sólo seis horas después. Me gusta creer que los estaba esperando.
Mi abuelo se desvivía por nosotros, sus nietos. Le encantaba hacer "magia" y sacarnos "chochitos" (M&Ms) de los cachetes. Estando en el velorio, algunos de mis primos, tuvieron la idea de conseguir algunos "chochitos" y colocarlos, en lugar de flores, al pie del ataúd, junto con una leyenda que decía "Para el abuelo, de todos sus nietos". Me encanta que sean esos gestos amorosos los que más recordemos de él.
En cosa de unas pocas horas, la noticia había corrido por Irapuato y otros lugares. Llegaron al velatorio muchísimos arreglos florales: de las familias políticas, de los trabajadores de la fábrica, de muchos de los clientes y proveedores, e inclusive de gente que -al menos que yo sepa- nadie conocía. Me llena de orgullo saber que "Don Rafael" era tan querido por la gente que lo rodeaba.
Al día siguiente había cuatro esquelas en los periódicos locales: el socio de mi abuelo, los empleados de la fábrica, los catorce hijos y otro proveedor. Me enteré después que el viernes aparecieron otras tantas ahí mismo en Irapuato, pero también en Guadalajara. En serio, fueron muchas esquelas.
También llegó gente a la misa de cuerpo presente. Mucha gente. Y salían de sus ojos lágrimas honestas. Nunca sabré quiénes eran muchas de esas personas, pero es impactante, insisto, darse cuenta lo querido que era "Don Rafael" entre sus empleados, vecinos, amigos y la gente que lo rodeaba. Era un caballero en todo el sentido de la palabra, y la gente no se cansaba de decirlo.
Mi abuela no descansó de las llamadas telefónicas que recibíamos en Gayosso. Varios tíos y primos segundos, y hasta terceros. Los celulares sonaban todo el tiempo recibiendo llamadas o mensajes con palabras de aliento y condolencias. Muchas, en serio.
Llegaron, sorpresivamente muchos amigos: los "Mairos" (la familia de la Señora Mayra), los Catalán (que iban desde Houston), Ramiro, Adrián, y muchos otros.
No quiero dejar de lado los defectos que tenía mi abuelo: era medio machista (aunque podría atribuírsele a ser old fashioned), algo berrinchudo, muy caprichoso y tenía un genio de la patada. Pero era un buen hombre, uno que se desvivió por su familia por poco más de 55 años (cumplió 56 años de casado en marzo), y por casi 82 años de vida (hubiera cumplido esa edad cuatro días después). Y la verdad es que estaba sufriendo mucho en su enfermedad y era justo que Dios se lo llevara. Ya está descansando.
Viendo en perspectiva el legado que dejó: una esposa incondicional, catorce hijos, doce de ellos casados, treinta nietos, varios sobrinos que lo consideraban un segundo padre, muchos empleados agradecidos, y amigos para aventar al cielo; no me queda duda alguna de que mi abuelo me enseñó una cosa en particular: vivir al máximo y mirar atrás sólo para recordar, no para arrepentirse.
Me enseñó a usar bien los días.

1 comentario:

Montse Guada dijo...

Pues espero que ese legado nos lo enseñes a otros... usa bien los días sin arrepentirte.

Gracias Poncho... la fe a veces se encuentra en los lugares inesperados.

Te quiero mucho.