jueves, 22 de octubre de 2009

Fábula

Había una vez un triste hombre que estaba sentado en un enorme campo y rodeado de árboles. Este hombre tenía en sus manos una naranja rebosante de jugo. La había encontrado en el suelo, justo a sus pies, así que tomó su cuchillo y la partió en dos, y exprimió el precioso zumo en su boca saboreándolo. ¡La naranja estaba exquisita! El jugo era dulce, apenas algo ácido y esto resaltaba el delicioso sabor que invadía su paladar, flotaba suavemente sobre su lengua y se deslizaba por su garganta.

Poco a poco, se dio cuenta de que el sabor de su naranja empezaba a cambiar: las notas ácidas se acentuaban y el dulzor se transformaba en una sensación de amargura. Además, hacía falta cada vez más fuerza para lograr extraer el precioso néctar de la fruta. El hombre miró fijamente el interior de la naranja y notó que había algo más de jugo atrapado entre el tejido. Así que aplicó más y más fuerza hasta que, finalmente ya no había nada que exprimir. Y cuando se dio cuenta de que no habría más jugo en su deliciosa naranja, agachó la cabeza y se puso a llorar.

La obsesión de este hombre y, después, sus lágrimas no le permitieron ver de dónde provenía esta naranja. De haber volteado hacia arriba, habría notado que se encontraba en un campo de naranjos y que el cielo estaba cubierto de verdes hojas y hermosas naranjas rebosantes de jugo.


La moraleja del cuento es: estimados legisladores, sepan que existen más naranjas en el huerto; lo único que se conseguirá exprimiendo a los contribuyentes actuales -principalmente la clase media- es agotar el jugo de los impuestos y frenar el desarrollo del país (#internetnecesario).

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