Bien me acuerdo de esos días en que un armario era la puerta a un reino nuevo, una caja de cartón se podía transformar en barco pirata, nave espacial o submarino, una rama era una espada larga forjada por un lejendario enano, y un cuaderno era un valiosísimo tomo de magia por el que habría que derramar sangre.
No sé cuándo empecé a dejar de ver la bandera pirata, el monstruo que se escondía debajo de mi cama y a mis amigos los duendes y los faunos. No sé cuándo dejé de creer en el ratón de los dientes, el hada Campanita o Peter Pan. No sé cuándo ese niño se fue a dormir y se llevó su imaginación, su credulidad y su capacidad de asombro. No sé cuándo me endurecí y dejé de bailar con el viento; olvidé como eran Narnia y Nunca Jamás.
Es por eso que leer o ver las películas me encanta. Por unos momentos, me olvido quién soy y cómo me llamo; la corteza de mi tronco y mis ramas se cae, mis hojas vuelven a danzar al ritmo del viento. Vuelven a salir de sus escondites los faunos y las hadas, elfos y enanos, jedis y klingon, Thundercats y Tortugas Ninja (Adolescentes Mutantes); y comienzan de nuevo sus juegos, batallas, bailes y guerras.

2 comentarios:
no se vale dejar de soñar... nada más no se vale y ya.
Si ya olvidaste como bailar al son de la música de las hadas y los faunos... ven conmigo, yo no he olvidado como.
No se puede dejar de soñar Poncho, no. El riesgo es la muerte del alma y eso en vida es lo peor. Pero hay algo cierto si regresaste a Narnia ayer es porque todavía sabes como.
Un verdadero adulto es aquél que no ha perdido a su niño interno y puede (y sabe) como soñar.
Ven conmigo... vamos a bailar bajo el Olmo y a cantar las viejas canciones con los sátiros y las hadas.
Nunca dejes de soñar... eso es lo que te convierte en hombre.
Te dejo un beso y una lágrima.
Tu amiga Fénix.
Publicar un comentario